Gabriel Copola es magíster en Gestión de Educación Superior, licenciado en Educación Física y múltiple campeón parapanamericano de tenis de mesa adaptado. Acostumbrado al ritmo de la alta competencia deportiva, conoce de emociones fuertes y situaciones límite. Sin embargo, hace poco más de seis semanas, la llegada repentina de sus hijas cambió sus planes, tuvo que bajarse del Abierto de Eslovenia para meterse de lleno, de un momento a otro, junto a su pareja Abi, en el rol de mapadres de mellizas prematuras: “Si bien en un embarazo múltiple siempre se baraja la posibilidad de un nacimiento anticipado, en nuestro ideal no lo imaginamos porque teníamos muchas expectativas de que las bebas estén el máximo tiempo posible en la panza de la mamá. El objetivo inicial era llegar a la semana 36 de gestación, después bajamos a la 34 y finalmente nacieron a los siete meses de embarazo, en la semana 32 y un día”, cuenta este papá prematuro sobre el alumbramiento de Filipa (1.680 kilogramos) y Nina (1.690 kilogramos).
“Como papá, pese a sentir los mismos miedos e incertidumbre que la mamá y la familia, traté de contenerla, acompañarla, y tener un segundo más de sensatez para escuchar a los/as médicos/as y dejar que decidan lo que sea mejor”, asegura Gabriel con la certeza de que haber estado en situaciones complejas de salud, debido al accidente que tuvo a los 11 años, le enseñó a “internalizar el ejercicio de ser paciente y entender que la vida tiene sus propios tiempos, y que nuestras hijas quisieron venir antes”. A su vez, reconoce que el hecho de que la ecografía que se hizo Abi en la semana 30/31 de gestación para ver la longitud del cuello del útero haya dado un resultado distinto a la anterior les permitió prepararse mentalmente para la posibilidad de que las bebas nacieran antes de tiempo.
Habitar la cornisa de lo desconocido y sentir que estás a punto de caer al vacío
La mamá pudo darle un beso a Filipa y a Nina apenas nacieron, e inmediatamente fueron llevadas a la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales, más comúnmente conocida como la Neo, que es una terapia intensiva de bebés. Allí se viven situaciones complejas, algunas con finales felices y otras que nunca se hubiesen deseado. Gabriel, en este sentido, señala que el momento más duro lo vivió cuando vio, por primera vez, a sus hijas en una incubadora: “Se habían llevado a Abi a descansar, después del parto, y me quedé solo con las nenas en la Neo. Los médicos no me daban mucha información y verla a Nina, que nació con algunas complicaciones respiratorias, con una máscara de oxígeno me mataba. En ese momento hubiera cambiado mi vida por la de mis hijas sin dudarlo”, asevera.
Afortunadamente, con el correr de los días, los sentimientos de angustia e incertidumbre fueron dando paso a la esperanza porque las mellis Copola-Hermo fueron extremadamente fuertes y dieron lo mejor de sí para irse a casa lo más rápido posible con sus mapadres. Así lo describe Gabriel: “Todo el tiempo fueron mejorando su estadía en la Neo, en la alimentación y las respuestas a cada uno de los parámetros que allí se miden. Al principio, aunque las veíamos bien, sentimos miedo. No fue fácil pero, al mismo tiempo, confiábamos en que estaban en manos de los/as mejores profesionales y empezamos a acompañarlas”. Tras una pausa y un gesto pensativo, Copola continúa su relato rememorando un momento que guardará por siempre en su memoria: “Nunca olvidaré el día que Marisa, la subjefa de Neo, me dijo quedate tranquilo, va a estar todo bien porque las bebas tuvieron un punto de partida espectacular”, recuerda.
El diseño universal y el trato humanizado, las claves de una paternidad sin barreras
Gabriel enfatiza en la necesidad de que, como sociedad, empecemos a naturalizar el hecho de encontrarnos con mujeres y varones con discapacidad ejerciendo los roles de maternar o paternar: “El trato que recibimos en el Hospital Italiano de San Justo, que es especialista en embarazos múltiples, fue excepcional. Los/as médicos/as y enfermeros/as me daban a las nenas para que las tuviera a upa todo el tiempo, me motivaban a hacerlo. Tuve que romper con el miedo de sentir que eran muy chiquitas y que, con mi fuerza tosca, podía lastimarlas y absolutamente todos/as me ayudaron a que pudiera superarlo”, destaca este papá, usuario de silla de ruedas, que por su condición y por su profesión conoce el valor del trato humanizado y la importancia de generar entornos accesibles e inclusivos.
“Es difícil meterse con la silla de ruedas en la base de la incubadora, entonces quedaba un poquito separado pero nunca hubo problema porque las enfermeras sacaban a las bebas de la incubadora, yo las tenía en brazos y después ellas las acostaban nuevamente. Después, empecé a movilizarlas con más confianza y cuando las pasaron a las cunitas porque ya habían regulado la temperatura corporal, pedí que nos consiguieran unas sin cajones debajo para poder acercarme bien con la silla”, explica Copola sobre esta adaptación que le permitió compartir y participar, junto a su mujer, de las tareas de cuidado de Filipa y Nina en la Neo. Según Gabriel, desde un principio, todo resultó más simple porque, con Abi y los abuelos/as de las mellis, tuvieron las puertas de la Neo permanente abiertas: “Nos dijeron que no éramos visita de las bebas, que las enfermeras estaban para acompañarnos pero teníamos que estar ahí siendo mamá y papá”.
Las buenas prácticas en relación al respeto por los derechos de los bebés prematuros y la permanencia de les mapadres en la Neo, tal como ocurrió en este caso, lamentablemente, son una excepción a la norma. Por eso, desde “Mamá me da la Teta”, creemos fundamental remarcar la necesidad de seguir promoviendo tanto el trato humanizado y los derechos de los/as bebés nacidos antes de tiempo, como también la construcción de espacios creados a partir del diseño universal, es decir que sean de fácil acceso, apropiación y pertenencia para todas las personas. Así, tal vez, como señaló Gabriel, en un futuro cercano, podamos naturalizar el hecho de que una mujer o un varón con discapacidad acompañen a su pareja, tenga discapacidad o no, a consultas o estudios médicos vinculados con el ejercicio de la mapaternidad, sin ser observados con sorpresa o asombro por otras personas.
Ser equipo: la fórmula de Abi y Gabriel para una crianza compartida.
Hoy por hoy, si bien hay actividades que Gabriel realiza con alguna dificultad como sacar a las nenas del cochecito o acostarlas, siente que ser usuario de silla de ruedas no interfiere en ningún quehacer en relación a sus hijas. Sin embargo, debido a que, por su lesión, tiene cierto grado de inestabilidad, reconoce que uno de sus mayores miedos es que les pase algo al moverlas y que, por el momento, se siente más seguro teniéndolas en sus brazos que teniéndolos libres y poder moverse.
Adaptar ciertas situaciones, tener armado un punto de cambiado en cada lugar de la casa para que ambos puedan tener todo a mano o, por ejemplo, buscar en los facilitadores de las cunas la opción de que los colchones, así como también el lugar para apoyar la bañera, quede un poquito más alto, son pequeños detalles que le permiten a Gabriel participar con mayor soltura y comodidad de esos momentos de crianza de Filipa y Nina.
Uno de los códigos acordados por la pareja dentro de esta crianza compartida es que quien primero hace dormir a la beba que le toca, se gana el “premio” de irse a descansar. Así, hace poco más de un mes, entre mamaderas, pañales y mucho amor se va configurando el nuevo mundo de los Copola-Hermo. Un mundo de cuatro, donde el cochecito de las bebas y la silla de ruedas de su papá son parte del mismo equipo.
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